"On roads where trees touch from both sides"
Ya ha pasado algún que otro día desde aquello cuando empiezo a escribir en mi cuaderno. La verdad es que nunca he sido bueno recordando los detalles de los viajes, pero sí que recuerdo las senaciones que tuve en cada momento, y la verdad es que casi todas fueron buenas. Todas, a excepción de algún incidente típico de conductor novel, como es el de quedarse cruzado en medio de una carretera de doble sentido, de noche, y con cuatro gallinas alborotadas en la furgoneta gritando cada una cosas diferentes, intentando ayudar, consiguiendo justo lo contrario...
Es increible cuando a una panda de descerebrados, desorganizados y sin fundamento les sale todo tan bien y consiguen pegarse un viajazo como el que tuvimos. Bien, hay que admitir que fue muy breve (duró tres días) pero muy, muy, y repito, muy intenso; todo se valora mucho más cuando no sabes ni a dónde vas, no sabes si el campingas funcionará bien, no sabes si encontrarás un sitio para dormir, y lo que ya parece imposible, vas y encuentras encima olas muy por encima de tus más profundos deseos.
Fuimos cinco los que saliamos el día uno de Abril de Donostia con un rumbo concreto pero impreciso: hacia el oeste. Con el mayor desastre en cuanto a organización imaginable, no podíamos evitar esa sensación típica de "se me olvida algo fijo". Aun así, pusimos la Poderosa rumbo a su primer destino: un lugar del que habíamos oido poco, pero al que mi hermano insistía continuamente en ir.
Asi que anduvimos y anduvimos, por esas carreteras que, como los borrachos, no consiguen tirar más de cinco metros recto. Montaña arriba, montaña abajo, rodeados completamente de árboles todo el camino, conseguimos llegar a un pueblito en el que un señor nos indicó cómo llegar a dónde realmente queríamos ir.
Asi que seguimos por esa carretera hasta que de repente, llegamos al final. Un parquing para furgonetas con un par de prefrabicados sin utilidad aparente daban fin al bosque para abrirse al mar.
Nadie se lo podía creer, era simplemente perfecto. Había un mirador desde el que se veía eso que ves cuando cierras los ojos para soñar.
A todos nos han contado alguna vez historias de algún lugar mágico en el que el bosque termina para dar paso al mar. Y justo ahi, en el sitio ideal, rompe una ola solitaria. En ese lugar, mires a donde mires no hay nadie, sólo tú, y tus amigos, y la ola es tooda vuestra.
Os imaginareis cómo sigue la historia y sí, fue un baño espectacular. Uno de eso que sabes que pasará tiempo antes de que se repita.
Ese día conseguimos comer caliente y abandonamos el lugar, no sin antes prometer que volveríamos, ya que el tercer día parecía prometedor en cuanto a olas. Agradecidos, nos daba pena dejarlo, pero teniamos que seguir en nuestro camino hacia el oeste, hacia Cantabria.
Así, llegamos a un lugar llamado Ajo, donde pretendiamos pasar la noche. Había que encontrar un sitio seguro donde tirar la tienda de campaña y dejar la furgo. Pero antes queríamos ver las olas.
Tuvimos que saltar un riachuelo en el que más de uno se mojó los pies para llegar a una playa pequeña pero bastante prometedora. Nos gustó el sitio y decidimos que allí sería donde surfeariamos la mañana siguiente.
Ahora tocaba encontrar algún sitio para dormir. Tras dar varias vueltas por caminos estrechos y poco prometedores, empezó a hacerenos de noche, y la Poderosa estaba casi en reserva de gasolina. Asi que nos paramos en la mitad de un pequeño cruce para pensar qué hacer. No hubo más discusión: ahí mismo.
Tuvimo la suerte de encontrar un sitio bueno andando a menos de veinte metros de donde nos habíamos parado. Hierba, unos árboles, y un riachuelo. La Poderosa, los amigos, el campingas, fabada de bote... y a la noche, frio, mucho frio.
El día siguiente amanecimos con la garganta en mal estado, mocos, y frio hasta en lo más profundo de los huesos. Recogimos todo y lo dejamos como estaba ante de llegar, y fuimos a ver las olas. Por desgracia la ola que el día anterior tan buena pinta tenía, flojeaba un poquillo, y el hecho de ver gente entrando nos motivó a buscar algún sitio mejor.
Llegamos a una playa de cuyo nombre no me acuerdo, ni falta que hace. El viento peinaba las lineas que entraban y rompian a ambos lados de la playa. Los gufis se fueron a la izquierda, y los gifus a la derecha, cómo no (gufi/gifu definen la pata que lleva uno delante en la tabla). La izquierda no iba mal, pero la derecha a medida que bajaba la marea se convirtió en una orillera tubera pseudochapona muy divertida en la que hicimos un par de buenos tubos, y de la que nos fuimos cuando ya empezó a cerrar por completo.
Ese también fue un baño de esos que sabes que pasará tiempo antes de que se repita...
Volvimos a comer caliente, pero no fue suficiente. A pesar de que la temperatura exterior era primaveral, teníamos el frio metido demasiado dentro, y los macarrones a medio calentar no consiguieron remediar eso. Así que, esa tarde y por iniciativa de Mikel, fuimos a santander a pasar la tarde. Procesiones, vanderas de España, señoras mayores, palomas y un chocolate con churro.... Encima vimos a un viejo conocido de cualquiera que suela andar por el muro de sagües: el Txustis, también conocido como el vagabundo de la manta en la cabeza que recogía colillas usadas para poder fumar. Ese señor ahora está en santander; Entró en la cafetería, le pidió un cigarro a la camarera y se fue.
Al abandonar santander pusimos rumbo a nuestro primer destino, al cual habíamos prometido que volveríamos. Por el camino de vuelta se nos hizo de noche, así que me tuve que tragar el camino de monte con nocturnidad. Despacito y buena letra, tres sirena en la parte de atras de la furgo que si pasaba de cuarenta empezaban a gritar: "que te la comes" y cosas por el estilo.
Cuando llegamos a nuestro místico sitio solitario nos encontramos con el concesionario de Volkswagen al completo; debía de haber buen parte, y nuestro sitio perdió gran parte de su encanto. Esa noche volvimos a cenar fabada y bocatas, con espectáculo de fuego incluido, por cuenta de Dani, que casi se quema la mano cuando el papel con el que agarró el bote de fabada (para no quemarse) cogió fuego. Acto reflejo soltó el bote y lo enguarró todo. Quedó todo en un susto y unas risas para los demás.
La mañana siguiente amaneció lluviosa. Mala suerte para los que dormian en la tienda de campaña. Las olas jutificaron la abundancia de furgonetas. Rompía una izquierda que el otro día no funcionó, y a nuestra derecha le sobraba agua, así que paciencia, esperar a que baje la marea, y un poco de leche calentita.
Más surfing del bueno, comida que nada más salir del fuego ya está fria, una última despedida y rumbo a donostia para estar listo a la noche para ir a la feria de la cerveza en Zarautz. Como era previsible, nadie tubo fuerzas ya.
Gracia por leer tanto si has llegado hasta aqui, espero que te haya gustado. Comenta algo anda, que me hace ilusión.
Asier Agirre
Tendrias que hacer fotos de un bote de fabada y ponerlo en la furgoneta, con un vinilo o algo, creo que se lo debeis a los de fabada litoral!
ResponderEliminarAsier, te lo juro, leo todo lo q escribes y flipo tio. Estas cumpliendo mi sueño... Una furgo, olitas y surfing! Playas con olas q son solo para ti, pueblos en los q ves al vagabundo q desaparecio... Muxu bat!!! (lea)
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