Me despierta el ruido de una furgoneta que pasa cerca de mí y se para a unos veinte metros. Es una California conducida por la loca de los gatos de los Simpson, pero en versión perruna. Es tarde, por mucho que lo intente creo que nunca seré un gran madrugador. Decido salir a explorar los alrededores ya que el viento estropea toda esperanza de surfear. Mientras rodeo el acantilado veo a la de la California con cuatro o cinco perros de los chiquiticos haciendo los calentamientos propios de una loca, con gestos exagerados y esas posturas tan raras que sin duda ella misma se ha inventado.
Por encima de los acantilados y a menos de un metro de la caída libre, llego al punto en el que esa distancia se reduce a unos diez centímetros. A un lado, acantilado, al otro, valla electrificada de esa para vacas. No voy a seguir por ahí, prefiero entrar en el terreno de las vacas y seguir a lo seguro.
Avanzo un ratejo por terreno vacuno cuando veo mear el gran chorraco a una de ellas y me quedo a mirar; pena que no tengo la cámara. De repente, me doy cuenta de que hay unas veinte cabezas de ganado con cara de malo impidiéndome el paso y prácticamente rodeándome, así que sin darles la espalda, decido pirarme de ahí. Me alejo a lo que creo una distancia prudente mientras pienso: “joder con las putas vacas, todo locals only”.
Al rato las vacas se mueven para comer, cagar y mear en otro sitio y yo puedo seguir mi camino. Sólo he visto a una persona en todo el día y era la loca de los perros; y es que estoy en una zona muy poco poblada. Me sorprende ver, entonces, el muro de una casa cercana pintado con un enorme “solo locals” al que habían tachado el “locals” para escribir “gays”. Es bastante ridículo, me imagino a una vaca sobre una tabla diciéndole a un caballo: “¡tú, quita!” mientras otra le dice: “Locals only , ¡sólo carne de vacuno!”.
Ida de olla, intentaré hacerlo en photoshop si consigo un par de fotos de vacas y una de un caballo asustado. Podría ser un buen anuncio para Burger King.
A todo esto, como (de comer) poco porque me paso un largo tiempo leyendo “un lugar llamado libertad” de Kent Follett, Hasta que, en el momento más interesante, aparece el francés de las tablas de madera. Me enseña las tablas, hablamos un rato y me dice que se va al agua. Si no fuera por el libro seguramente le acompañaría, aunque el viento sigue pegando fuerte, pero decido terminar el capitulo y seguirle después. Como en todo buen libro, lo interesante se alargó, y una hora después dejo el libro en lo más interesante, y me voy al agua.
El viento empieza a bajar, pero el mar sigue bastante chopi (feo). Eso no importa si voy a tener la oportunidad de probar una tabla de madera de balsa. Entro justo cuando el francés sale. Surfeo un rato solo y me vuelve a sorprender la calidad de la olas. Al poco vuelve el francés con una tabla distinta. Para entonces el viento ya ha parado del todo. Me deja probar la tabla: una de tres quillas con forma redondita.
Otra cosa que me sorprende gratamente. La tabla no gira como una tabla de tabla normal de foam, es una sensación diferente: tiene bastante más inercia y se pone como una bala en esas olas recogidas. Se puede surfear muy arriba en las secciones que con las otras no se puede. Me gusta; no es una tabla par hacer giros y movidas, pero la sensación es muy buena. Como la tabla de madera de Argu, pero esa la probé con la ingle perforada y la sensación fue dolor; cogí una ola y fuera. Lesionado en el festi de salinas…. Soy un grande…
Bueno, a lo que iba, quedo con él para visitar la tienda el día siguiente y pretendo cenar. He visto mucha madera seca en las rocas de la playa así que intento hacer una hoguerilla en las rocas. No sé si está prohibido, pero no hay nadie cerca y dudo que las vacas vayan a decirme nada esta vez.
La hoguera arde a gusto, y decido cocinar, otra vez, macarrones. Pero no me queda agua, me queda un poco, pero más me vale guardarla para beber, o a la noche me tocará sufrir. Así que decido cocinar con agua de mar. Total, es agua con sal, como la de los macarrones… craso error. El agua de mar, como me temía, tiene mucha más sal de la que le echaría a los macarrones, y la salsa bolognesa de bote no consigue disimular mi estupidez. En menos de cinco bocados ya me he acabado toda el agua, y sigo con sed. Me llama mi madre, se enfrían los macarrones “a la marinera”, y me alegro de no seguir con la cena. Gracias ama, me has salvado de padecer las alucinaciones que cuentan que han ocurrido a aquel que sustituye agua dulce por agua de mar. Por suerte, Hay un bote de peras en almíbar que en cualquier otro momento me hubiera dado real asco. Me como medio bote y sacio mi sed… uff, menos mal que mi padre no me hizo caso cuando le dije que no las quería… ese bote llevaba lo menos dos o tres años en casa… ya empezaba a tener apariencia retro y todo… pero ¡que buenas las peras de los tiempos feudales, oiga!
siento no tener más fotos, saqué poco la camara...
como se te ocurre hacer eso con los amcarrones tio?¿?¿ ajajajaja
ResponderEliminar